Todo cambia cuando las cosas se
hacen con amor. Desde el gusto de un plato de comida, hasta la forma de
permanecer en tu silla.
Con los ojos vendados, y una
sonrisa pícara, entro en el cubo que promete magia: no hay magos, de eso estoy
casi segura, mucho menos amor eterno.
Es difícil, no tropezar con la alfombra que
se opone a mi entrada, mi primer obstáculo, pienso. No importa: una mano
recorre mi espalda y me da la confianza para continuar el trayecto. No hay
cumbia de fondo, eso es buena señal. El olor a la cocina de la abuela se hace
perceptible: ¿estará Marta acá?, pienso en silencio.
Los ojos siguen vendados, hace horas o hace
segundos, no tengo la certeza del tiempo, pero sí de que algo bueno me pasa
cuando me guían con cariño. La mano sigue detrás y puedo sentir que tiene la
misma temperatura que mi cuerpo, como si de alguna manera se hubiera fusionado
en mí espalda, en mi nuca, como si siempre hubiera estado allí, indicándome
hacia donde ir, donde tropezar y en qué momento esquivar obstáculos que fui incapaz
de percibir.
Definitivamente estamos solos. Puedo
respirar, pero no me animo a sacarme la venda, es mejor estar ciega, no quiero
ver. Odio las expectativas, pienso. ¿Y si no me quiere?, concluyo.
Un líquido suave y fresco recorre mi garganta,
y luego todo mi cuerpo. Gracias, digo.
De a poco algo hace que todo se vuelva aun
mas agradable. Es jazz, sí! Es un saxo, con muchos sonidos, con muchas notas,
con músicos que las interpretan porque llevan un ángel dentro. Una mezcla de
euforia, relajación y ganas de abrazar me invade el alma: quiero sacarme la
venda.
Las mejores cosas son las que se hacen con
placer. Solía pensar que, en realidad no es la forma de tocarte, no es lo
superficial y físico lo que causa el placer, sino lo que uno transmite al ser
dueño de tales sensaciones. Como una especie de señal invisible e
irreconocible, podemos tocar lo mas intimo del otro, sin siquiera acariciarlo.
Así lo sentí: un beso infinito que me
recorrió la mente y mi esencia, pero sin cambiarla, sin alterarla, respetándola
y amándola. Porque aunque no la conocía, aunque no me conocía, había aprendido
a respetar. Respetar lo desconocido no es para cualquiera, no todos pueden
aceptar que hay cosas distintas, mágicas y hasta a veces fuera de la
comprensión de uno. Tomarlas, y ya. Admirarlas, y ya.